Nadie en su sano juicio puede aspirar a gobernar a unos ciudadanos que, estando muy por encima de quien les administra, no merecen el desprecio y la ignorancia, la estupidez y la arrogancia, de quien quiere gobernarles.
ANTONIO MIGUEL CARMONA
Tras su visita al Instituto Anatómico Forense y de tratar de consolar a las víctimas, el mismo jueves tomó usted rumbo a Portugal en un viaje de placer a un lugar tan paradisíaco como inmerecido.
Quizás usted, señora, no entienda el significado de aquel desprecio. Lleva razón cuando dice aquello de que “no me parece ningún delito ir a Portugal”, porque en verdad le digo, créame, que hay algo peor que el quebranto: la estupidez.
Alarmada por el escándalo de la tragedia, regresó el viernes para dar una rueda de prensa e informar a los madrileños sobre unos hechos que no había tenido tiempo de sopesar en el avión. ¿No le parece, sinceramente, una falta de respeto?
Desmañada, tras leer un par de folios que le habían escrito, volvió usted al lujoso hotel de Sintra donde le estaba esperando su marido, el expresidente del gobierno, José María Aznar. Nada me avergüenza más que ver a alguien sin los escrúpulos necesarios para merecer el consuelo o el cargo.
Señora Botella, ¿usted cree que los madrileños nos merecemos a alguien que señala que “los mendigos son una dificultad añadida a la limpieza de las calles”? No sé si usted piensa con la maldad que parece o es, simplemente, torpe.
Me ha recordado esta vez, si no fuera por el dolor, cuando escribió aquello de que las “reivindicaciones a favor de la igualdad de la mujer ya no son necesarias”.
Qué vientos de mala suerte hemos tenido los madrileños para acabar teniendo tan imprudentes regidores que cuando le preguntan, como a usted, por la polución de la Villa de Madrid responden que “el paro asfixia más”.
Por cierto, ahora que el Tribunal Constitucional ha dado un verdadero varapalo al Partido Popular, me viene a la cabeza aquella desacertada frase sobre el matrimonio homosexual y que nació de su pensamiento, impermeable a la sabiduría: “si se suman una manzana y una pera, nunca puede dar dos manzanas”.
Señora alcaldesa, me dan pena los madrileños cuyo edificio de La Cibeles esconde tantos ediles irreflexivos, diestros en el atolondramiento, de espaldas a una ciudad que podría ser mucho más de lo que es, y que, sin embargo, sufre el insulto de la incultura y el dolor de la ignominia.
Pero, por muy importante que considere a mi villa, al barrio que me vio nacer, me resulta urgente exigirle a usted la responsabilidad inmediata de esa suma de errores que han llevado al horror a cuatro familias madrileñas.
Yo quiero un Madrid que sea capital de la cultura, donde los creadores tengan en la villa el espacio que la haga renacer. Un lugar donde la modernidad se respire como luz en Europa, la miseria no exista y la prosperidad se siembre. He soñado con ese Madrid ya tantas veces que me viene el olor de mi infancia corriendo de niño por mi barrio de Malasaña, casi descalzo, cuando aún siquiera había yo oído hablar de usted.
Doña Ana Botella, alcaldesa de esta villa, a quien su Dios confunda para acabar disfrutando del otoño en Portugal, mientras las lágrimas no dejaban consolarnos.
Le pido disculpas si con estas palabras la he molestado. Fueron los atardeceres velazqueños de mi villa y aún Corte los que me hicieron algo rebelde, a diferencia de usted, quien piensa, tal como dijo, que “la Cenicienta es un ejemplo para nuestra vida por los valores que representa, porque recibe los malos tratos sin rechistar”.