La policía obliga a un grupo de jubilados que recogía firmas por las pensiones a desmontar su tenderete
Son como esa pareja de ángel y demonio que aparecen en el hombro del protagonista de la peli cuando le abruman las dudas. El diablillo —Francisco Román, 77 años, boina negra— lo dice a voz en grito: “¡Que no les des explicaciones!”. La angelito (Angustias Alonso, 76 años, melena cana), replica desde el otro lado: “Que sí, hombre, que se las tiene que dar”. Y entre ambos, encarándose con dos policías, el tercer abuelo en discordia, Lazaro Sola intenta arreglar el percal.
El hombre echa mano de diplomacia e intenta convencer a los agentes de que sí, que pidieron permisos, que la mesa de firmas se debería quedar donde está. Pero no lo consiguen: los uniformados insisten en que hay que desmontar el chiringuito. “Pues nos quedamos, usted verá”, replica Lázaro con el folio de recogida de firmas en la mano.
Y empiezan los gritos y cánticos que normalmente entonan intérpretes más jóvenes: “De norte a sur, de este a oeste...”/ “Arriba, todos a luchar...., que se metan por el culo la Reforma Laboral”. El grupo que tomó ayer durante un rato la plaza de Sol, a apenas cuatro días del arranque de reivindicaciones por el aniversario del 15-M, supera la media de edad y de achaques. Son los abuelos del movimiento, como llevan escrito en sus chalecos cortados de madrugada con un patrón sobre sacos de patatas. Provienen de movimientos antifranquistas, de la lucha sindical y vecinal, de los barrios obreros y participan en movilizaciones para la recuperación de la memoria histórica. Sola, que tiene 70 años, dice que son unas 50 personas en Madrid mayores de 60 años, que se reduce a 10 “en el núcleo duro” y que se han quedado en cinco para la protesta de la mañana. Se constituyeron como la sección de veteranos el verano pasado.
Están en Sol a mediodía, bajo la estatua ecuestre de Carlos III, para pedir firmas. Necesitan juntar 500.000 para impulsar una iniciativa legislativa popular con la que reivindican que les devuelvan el dinero que perdieron por la congelación de las pensiones en 2011. Unos 200 euros, calcula Lázaro. Los agentes siguen por detrás pidiendo documentación a los veteranos e intentando que desmonten la mesa blanca de plástico a la que unos se acercan a apoyar (“los delincuentes están en Bankia, no entre estos abuelos”, grita un chico) y los que no le ven utilidad. “¡Esto no sirve para nada!”, replica un anciano de corbata bien colocada. La señora Angustias, megáfono en mano, lo llama “estómago agradecido”. Es una histórica del movimiento vecinal de La Elipa, para el que reivindicó sin descanso la parada de metro que estrenaron en 2007.
Los agentes siguen junto a la furgoneta intentando que los ancianos desmonten el tinglado de mesa, sillas y carteles amarillos llamando a la movilización. Román, taxista jubilado que arengó a los indignados en el Congreso en los inicios del movimienonto, refunfuña y se enfada: "De las dos Españas de Antonio Machado no queda más que una".
Ricardo Rosado, que es más prudente, intenta entretener a un agente para que no retier los carteles: “Un día uno de sus hijos se va a quedar sin casa, hay órdenes que hay que desobedecer”. Rosado pasó dos semanas en la cárcel de Carabanchel por las huelgas de la EMT de de 1976. dice estar “indignado con los que no se indignan” y, tras años de reivindicaciones desde los sindiatos, observa que hay “una involución en las reivindicaciones”. “Los ciudadanos están anestesiados”.
Juana León (67), de familia comunista, se acercó al 15M también desde el movimiento vecinal, por curiosidad. “¡Caramba, voy a ver qué pasa!”, se dijo. Participó en la primera manifestación.Y aquí sigue. apunta en su bloc de notas chiquitito la cita del día siguiente: nueva quedada para recoger firmas y asamblea de veteranos por la tarde. Ya no hay mesa, ni carteles, ni sillas. León se despide animando a todos a participar: “es importante que la gente se dé cuenta de que los problemas no son personales, sino sociales y políticos”.