Un año después de la ocupación que articuló las protestas, ni los indignados ni el Gobierno renuncian al control de un espacio cargado de mensaje
La acampada de Sol reunió hace un año a miles de personas atraídas por el movimiento indignado. / SAMUEL SÁNCHEZ
“El 15-M hizo de la Puerta del Sol un monumento”, coincide Jorge Lozano, catedrático de Semiótica de la Complutense. En su opinión, el kilómetro cero se convirtió con la acampada en un punto que “irradiaba pasiones no lexicalizadas” hacia el mundo. Un capital valiosísimo. Tanto que los indignados —decididos a recuperar su patria sentimental— y las autoridades —insistentes en que no permitirán una ocupación del espacio más allá de la autorizada por Delegación de Gobierno (una manifestación de cinco horas el día 12, y tres de 10, los días 13, 14 y 15)— están dispuestos a disputarse, a brazo partido, el control de la plaza.
Un miembro de la comisión de análisis del 15-M explica que su movimiento “va mucho más allá de la plaza, pero que es cierto que los colectivos necesitan liturgias”. “Nosotros creamos un mito, un lugar en el que se concretaba una idea de pertenencia política distinta a los movimientos existentes, y el Gobierno ha querido responder con otro mito, el del macrocentro económico y turístico de Madrid. Esto nos sitúa en una lucha simbólica”. Un Sol contestatario contra otro de tiendas: el de la parada de metro con nombre de marca de teléfono.
¿Hasta qué punto necesitan los indignados la plaza para sobrevivir? “Si ahora nos impidieran ir a Sol, seguiríamos adelante”, contesta el quincemayista, “y si la hubieran cerrado habrían hecho más visible la confrontación”. En esta batalla de la imagen, los indignados parecen haber tomado ventaja, haciendo aparecer a la Delegación de Gobierno como una institución obsesionada por el control de la plaza. “Yo no tengo fijación con Sol”, contesta la delegada, Cristina Cifuentes. “Este año han pasado 120 manifestaciones por allí, y solo planteamos cambiar el itinerario de una porque confluían tres”, cuenta. “No queremos blindar la plaza, pero todos los ciudadanos tienen derecho a utilizarla, y no puede ser patrimonio de un colectivo”.
Félix Ortega, catedrático de Sociología de la Complutense de Madrid y especialista en espacio público, considera que Sol está demasiado ligada a la historia de Madrid como para que su imagen quede marcada para siempre. “La mayoría de los ciudadanos ya no la identifican tanto con lo que pasó hace un año, pero el 15-M sí tiene una comprensible fijación con ella”, cuenta. Ortega coincide en que el espacio tuvo una función ritual y de relación que los indignados quieren revivir, “pero eso ya es irrecuperable”. “Volver al plan de recuperar el espacio se explica por la necesidad de desarrollar un proyecto de realizarse en comunidad y porque necesitan visibilidad, como muchos grupos nacidos en Internet”.
Efectos económicos
Puede ser un bonito problema académico, pero el asunto preocupa a colectivos ajenos a las aulas. La Confederación de Comercio de Madrid se declaró ayer contra la autorización de concentraciones. El sector turístico tampoco la aplaude. El problema es complejo: en la Islandia posbancarrota subieron los visitantes; en Egipto cayeron. ¿Qué influencia tienen las acampadas en las visitas a Madrid? Estudios de operadores turísticos aseguran que lo de Islandia es más bien la excepción y que las protestas no favorecen al turismo. En una cumbre sobre el tema, Mounir Fakhry Abdel-Nour, ministro de Turismo egipcio, se lo explicaba a la periodista Cristina Delgado: “Los turistas no buscan revolución. Puede que algunos tengan alguna impresión positiva, pero las cifras no mienten: buscaban tranquilidad y diversión, no revolución”.
En su paseo por Sol, a Andrés lo acompaña José Simonet, amigo gaditano de visita que está a punto de marcharse becado a EE UU porque no encuentra oportunidades en casa. Simpatizante del 15-M, José se para ante el reloj y lo señala: “Si eres de fuera de Madrid, antes pasabas por aquí y se te venían a la cabeza las campanadas de Nochevieja. Ahora es otra cosa”