Arturo Fernández, acusado de dinamitar la reforma de la negociación colectiva, ha levantado su empresa sobre concesiones públicas
El presidente del Gobierno, el líder de la oposición, el estudiante universitario, el militar, el secretario general de UGT Madrid, el conserje de la Tesorería de la Seguridad Social, el investigador del Ciemat, el paciente de Vallecas, Esperanza Aguirre, la presentadora de TVE Ana Pastor... todos tienen algo común: el proveedor de su café con leche de media mañana es Arturo Fernández. El jefe de la patronal madrileña CEIM ha logrado que su empresa de restauración Arturo Grupo Cantoblanco sea omnipresente en las cafeterías de los centros públicos en Madrid, tanto los dependientes del Gobierno regional, como en muchos gestionados por el Gobierno central.
Fernández lleva al frente de CEIM cuatro años, desde que le cedió el testigo su concuñado, Gerardo Díaz Ferrán. Sin embargo, no ha sido hasta esta semana cuando su nombre ha saltado con fuerza al primer plano de la política nacional al ser acusado directamente por los sindicatos de boicotear el proceso de negociación sobre los convenios, y por pedir el desalojo por la fuerza de los acampados en Sol.
Tercera generación de una estirpe empresarial, es además vicepresidente de la CEOE y presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, en cuyo discurso de investidura lloró ante su amiga Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, al acordarse de su abuelo, Arturo, arcabucero real y fundador de la armería que dio origen a un grupo que tiene ahora cerca de 4.000 trabajadores. Fernández asegura que precisamente para mantener ese empleo y crear nuevo son necesarias las exigencias de su extemporánea propuesta de reforma, en la que pidió aunque no era materia de negociación en ese momento un contrato único con una indemnización de 20 días o un contrato de fomento del empleo que dure dos años y sólo tenga que pagar el salario mínimo.
Este amigo personal del rey, de quien compró un Maserati que ha pasado a engrosar su colección de coches (dice que tiene alrededor de 90), defiende que se ha movido, en su propuesta y en los negocios, por una cuestión de "pragmatismo". Asegura que su iniciativa ha sido "una más" y minimiza la importancia de su intervención.
Fernández dio a conocer su texto una semana antes de que expirase el plazo para firmar el acuerdo con los sindicatos, pese a que la negociación llevaba en marcha casi cinco meses, y nada más conocer el triunfo arrollador del PP en los comicios autonómicos y locales del 22-M. Además, la propuesta de su organización va un paso más allá de la esfera empresarial y prepara a los empresarios para el advenimiento del PP al aconsejar a sus socios que traten "de aprovechar el presente momento para concretar una posición de mínimos (...) que pueda servir de referencia para futuros cambios que deberán venir en nuestro país (...) y no limitar la capacidad legislativa de quién, a futuro, deba afrontar las riendas de las necesarias reformas".
La carga política de su propuesta y su "estrecha relación" con Esperanza Aguirre, a la que conoce desde que estudiaban en el Colegio Británico, ha despertado recelos sobre la influencia del PP en la ruptura de la negociación. En declaraciones a Público, Fernández niega que la presidenta autonómica "esté detrás de nada" y también defiende la independencia de su puesto al frente de la patronal con los negocios que tiene en la Comunidad de Madrid o la vinculación personal a algunos de los miembros de la Asamblea (a los que da de comer desde 1998).
Madrileño nacido a dos pasos de la Gran Vía, Fernández ha levantado el grueso de su imperio sobre las concesiones administrativas, un modelo de negocio muy parecido al que construyó su amigo y familiar político Díaz Ferrán, con quien estuvo ligado en negocios como el Palacio de los Deportes de Madrid o en Ifema. "Yo soy presidente de CEIM hace cuatro años y el negocio lo lancé hace 25", recalca para desvanecer las dudas sobre su relación con la Comunidad de Madrid.
Fernández asumió en 2007 la presidencia de CEIM, el mismo año en el que, según publicó el BOE, se adjudicaron los servicios de comedor, atención y limpieza del complejo de la Moncloa por 285.000 euros, y el de la Agencia Informática autonómica, por casi 794.000 euros. También ese año se adjudicó la cafetería de la Universidad Carlos III o un organismo dependiente del Instituto social de las Fuerzas Armadas.
Además, y según publicó en junio de 2009 este diario, Fernández fue uno de los empresarios que donó 57.000 euros a Fundescam, la fundación del PP ligada a la trama Gürtel, durante la campaña de las elecciones de 2003. Precisamente, el grupo Cantoblanco sirvió el catering que se ofrece al personal que trabaja en el Palacio de Congresos de Madrid durante el escrutinio, por un valor de 73.300 euros. Al año siguiente, para las elecciones generales, el importe ascendió a 75.143 euros. Además, en 2004, Fernández consiguió ocho contratos de la Comunidad de Madrid, que le habían reportado un negocio de 626.000 euros.
También colegios
El empresario se lanzó asimismo al mundo de la docencia al optar a los suelos que liberó la Comunidad de Madrid en 2005 para que empresas privadas construyeran colegios concertados. Él es presidente de tres de ellos, pero asegura que la adjudicación ha sido "muy transparente" y que es una cuestión "de rentabilidad. Los colegios se definen por su fuerte "inspiración cristiana", aunque en principio no están adscritos a ninguna orden religiosa ni laica.
Fernández repite como un mantra en cada entrevista que no es "rico" y que, precisamente porque no tiene ninguna aspiración de ser "millonario", gasta parte de sus ingresos en el coleccionismo. Además de los coches de lujo, su debilidad son las armas el corazón del entramado empresarial nace en el Club de tiro de Cantoblanco y también una inabarcable colección de botellas, alrededor de 25.000, muchas conseguidas mediante la compra del mítico Museo Chicote. Casado sólo con su mujer, en los negocios no hace distinción y tanto merengues como colchoneros disfrutan los domingos de partido con sus bocadillos. Fernández sirve a Zapatero su mítico café de 80 céntimos en la Moncloa y también en el Congreso, que atiende desde hace más de una década.
Su sueño empresarial es lanzar al grupo a cotizar al mercado secundario, conocido como MAB. Para esto tendrá que poner orden en las alrededor de 60 empresas bajo su cargo.